A lo largo de la historia, muchas veces con motivos tan diversos como personas en el mundo, hemos intentado averiguar y explicar el accionar de los otros. No solo hemos pretendido entender, y, a partir de eso, acercarnos a las personas que parecían ser más cercanas a nuestra vida cotidiana, sino que la mayor parte del tiempo este ha sido nuestro modus vivendi. Más allá de verlo como el fin para una ciencia, o ya sea para ampliar el repertorio de conocimiento individual que uno pueda obtener, el relacionarnos ha sido la manera esencial de construirnos como sociedad, una manera de estar en el mundo.
De esa forma, la manera en que nos relacionamos ha tomado parte -de principio a fin- de casi todo lo que ha acontecido a lo largo del tiempo, si es que no todo. Más aún, esto habría sido el valor fundamental al momento de tomar conciencia de nosotros mismos y despertar como personas.
¿Acaso no cabría preguntarse sobre la relación como una herramienta de cambio por sí misma?
La respuesta es sí. El modo en que nos relacionamos puede hacer las veces del terreno ideal en el que una persona o un niño despliegan su propia manera, una manera única de ser en el mundo -con sus fortalezas y desafíos-.
Es importante notar que una relación no es algo que alguien adquiere porque se lo han dicho, ni tampoco porque se convenza a sí mismo con la lógica. Más bien, se trata de algo que se experimenta, cada uno con sus propios significados y sensaciones corporales.
En toda relación uno asume una actitud. Y lo importante es que esa actitud sea las veces de impulso de la tendencia natural en toda persona o niño: el crecimiento, aprendizaje y finalmente la autorrealización.
¿Cómo se vivencia una relación transformadora?
Una relación humana, y, por ende, la relación con nuestros niños puede ser un elemento de cambio cuando se vivencia con tres actitudes fundamentales:
Empatía
Acercarse lo más que se pueda a la manera en cómo los niños experimentan el mundo, y, sobre todo, a ellos mismos dentro de este mundo. Una vez puesta en práctica la empatía, el niño sentirá el escenario más amable para transformar sus propias conductas y actitudes. Todo niño se encontrará en el rol protagónico de su propia vida y se les puede ayudar en la medida en que nos aproximamos a su mundo y a sus propios pasos para comprenderlos y acompañarlos.

Que se experimente una comprensión empática del mundo interior del niño, como si uno fuera él.
Aceptación incondicional
La aceptación por parte de los padres puede llevar al niño o niña, a veces de una manera sorprendente, a reconocer que los sentimientos, emociones y sensaciones que está experimentando le pertenecen y que, como consecuencia, no pertenecen a sus padres u otros. El niño llega a experimentar la sensación de estar sostenido, de que hay alguien que lo respeta tal como es y que, al mismo tiempo, desea que siga cualquier dirección que elija. Y en este sentido, no necesita temer amenazas ni condiciones.
La profunda intención de saber esperar, sin querer controlar, sin esperar que el niño actúe tal y como uno quisiera.
Autenticidad
Concebida como la actitud coherente entre lo que se siente, piensa y actúa; más claramente, se trata de que los padres se muestren tal y como ellos son en ese preciso momento. La idea es permitirse sentir cualquier emoción de manera transparente y finalmente comunicarlo.
Ser auténtico implica una tarea importante: familiarizarse con el propio mundo interior, que se caracteriza especialmente por ser complejo y estar en constante cambio.
Una vez que experimentamos estas actitudes, nuestros niños comenzarán a generar estas formas de relacionarse con su entorno.
Cuando el niño se relaciona con empatía, aceptación incondicional y autenticidad, veremos también que:
- Ve y acepta sus propias acciones con más facilidad.
- Toma conciencia de que es él mismo quien percibe y evalúa el mundo.
- Empieza a tomar decisiones con más autonomía.
- Se acerca con más apertura a todo lo que le rodea.
- Se acerca a su entorno con expectativas más reales.
- Empieza a mostrar más flexibilidad ante las situaciones nuevas.
- Confía más en sus propios juicios y sentimientos.
- Reconoce más sus potencialidades.
Trabajando la relación en casa
Para incentivar y practicar una relación que transforma podemos hacer lo siguiente:
- Suspender nuestras propias intenciones. – El cálido deseo de un padre de dejar temporalmente de lado su propia personalidad para aproximarse a la experiencia del niño convierte esta relación en absolutamente única, diferente de cualquier experiencia anterior.
- Transmitir seguridad. – Proviene de algo mucho más profundo que de la aprobación como figura importante en la vida del niño; es decir, de una aceptación plenamente consecuente. Sin evaluación, interpretación, exámen, ni reacciones personales de los padres, gradualmente se le permitirá al niño experimentar la relación como una situación en la que se pueden abandonar todas las defensas; una relación en la que el niño siente “puedo ser yo mismo”.
“Si estoy dispuesto a que (mis actitudes) se manifiesten en la relación, entonces puedo tener la certeza casi absoluta de que el nuestro será un encuentro importante en el cual ambos aprenderemos y nos desarrollaremos.” (Rogers & Stevens, 1980).
Por Kevin Cosio – Psicólogo de 2do a 4to grado
Bibliografía
Buber, M. (1998). Yo y Tú. Madrid: Caparrós Editores
Rogers, R. C.; Stevens, B. (1980). Persona a persona. Buenos Aires: Amorrortu.
Rogers, R. C.; Rosenberg, L. R. (1981). La persona como centro. Barcelona, Editorial Herder S.A.